La Universidad
es un espacio privilegiado para el desarrollo de la reflexión crítica, la
formación de ciudadanos y profesionales conscientes de sus responsabilidades
cívicas y comprometidas con el desarrollo humano y sostenible de su nación.
Para ello, el oficio universitario debe inspirarse en los valores democráticos,
la inclusión, la interculturalidad y el análisis de la problemática de su
contexto para contribuir a la solución de los grandes problemas nacionales. La
cultura democrática, como forma de vida, debe practicarse al interior de la
Universidad. La comunidad académica debería promoverla hacia su entorno,
actuando como agente clave de su vigencia y respeto en el seno de la sociedad.
Las
universidades están en posición privilegiada, como sede de la inteligencia del
país, para contribuir al diseño de un Proyecto de Nación. Para ello, deberían
también propiciar los grandes consensos que sirvan de base a tal Proyecto y a
las políticas de estado, de largo plazo, que del mismo se desprendan. Esto conduce
a repensar la autonomía universitaria y pasar, de un concepto que se limita a
la de defensa de la libertad académica, a otro de presencia activa en el
escenario nacional y en la vida social, sin perder su carácter de centro
independiente del pensamiento. No olvidemos que las sociedades miran hacia la
Universidad en busca de guía y orientación.
Autonomía no
significa volver por antiguos fueros medievales. Autonomía y silencio son, en
mi opinión, incompatibles. Si la Universidad goza de autonomía es para ejercerla
y aprovechar su disfrute de libertad para opinar responsablemente. La
Universidad que guarda silencio ante su problemática, menosprecia su autonomía.
Sin el ejercicio proactivo de la autonomía se frustran buena parte de los fines
más nobles de la Universidad.
Varios
analistas coinciden en afirmar que en las universidades estatales de América
Latina, uno de los mayores riesgos que corre la autonomía universitaria es la
influencia de grupos de poder, afiliados a determinados partidos políticos, que
impiden a la institución el cabal desempeño de su función crítica por la
identificación de estos grupos con las políticas partidarias o gubernamentales.
De esta manera, castran las posibilidades de cultivar en las nuevas
generaciones la conciencia crítica y limitan su formación como ciudadanos. Ser
ciudadano cabal de una nación es el título más honroso al que una persona puede
aspirar. Como lo recomienda la UNESCO, “es ahora importante que los Centros de
Educación Superior desempeñen un papel aún mayor en el fomento de los valores
éticos y morales en la sociedad y dediquen especial atención a la promoción,
entre los futuros graduados, de un espíritu cívico de participación
activa”.
Cobra aquí
actualidad el pensamiento de Mariano Fiallos Gil, Padre de nuestra Autonomía
Universitaria, cuando afirmaba: “La autonomía es libre pensamiento, libre
exposición de ideas, controversia, ejercicio responsable de la inteligencia,
discusión sin tabúes de ninguna clase, ya que el objetivo de la Universidad es
el de la formación de hombres libres en una sociedad libre”… “Creo en la
Universidad”, nos dice Carlos Fuentes, y añade: “Para que la cultura viva, son
indispensables espacios universitarios en los que prive la reflexión, la
investigación y la crítica, pues estos son los valladares que debemos oponer a
la intolerancia, al engaño y a la violencia”…
“Universidad y totalitarismos son incompatibles”.
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