El reto de
perfeccionar la administración de la educación superior al servicio de un mejor
desempeño de sus funciones básicas de docencia, investigación, vinculación y
extensión, ha llevado a la introducción del planeamiento estratégico como tarea
normal de la administración universitaria. Y es que las universidades, y demás
instituciones de educación superior, son organizaciones que forman parte de la
red de organizaciones que constituyen el tejido social. De ahí que se esté transfiriendo a su
administración una serie de conceptos, instrumentos y métodos que provienen de
las teorías más modernas sobre la administración de las organizaciones, entre
ellos los de planificación y administración estratégicas. Aunque esta
conceptualización, nos advierten los especialistas, se aplica principalmente a
las empresas productivas y de servicios, es igualmente utilizable en las
instituciones educativas, en general, y en las universidades en particular, con
las adaptaciones del caso, dada su naturaleza académica y sin perder de vista
el carácter de bien social de la educación superior. El especialista Burton
Clark señaló, durante la Primera Conferencia Mundial sobre la Educación
Superior, (1998) que ha llegado el momento para una más pronunciada
“empresarialización” de la Universidad, entendiendo por esto no su
transformación en una unidad comercial o de mercado, como suelen señalar los
detractores de esta idea, sino “su conversión en una instancia capaz de
responder con iniciativa propia a las múltiples demandas que hoy tienen las
sociedades que buscan el crecimiento, la cohesión social y la incorporación a
la sociedad global de la información”.
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