Pertinencia y calidad son dos exigencias ineludibles de la educación superior contemporánea y de las políticas orientadas a su futuro desarrollo. La Conferencia Regional sobre Educación Superior (CRES-2008), celebrada el año pasado en Cartagena, Colombia, como preparatoria de la Conferencia Mundial, dejó claramente establecido que la obligación, tanto del sector público como del privado, es ofrecer una educación superior con calidad y pertinencia. Además, afirmó que “la calidad es un concepto inseparable de la equidad y la pertinencia”. A su vez, la reciente Segunda Conferencia Mundial (París, julio de 2009), en su Comunicado Final proclamó que “se deben perseguir, al mismo tiempo, metas de equidad, pertinencia y calidad”.
El concepto de
pertinencia se ciñe al papel que la educación superior desempeña en la sociedad
y lo que ésta espera de aquélla. La pertinencia tiene que ver con la Misión y
la Visión de las instituciones de educación superior, es decir, con su ser y su
deber ser, con la médula de su cometido, y no puede desligarse de los grandes
objetivos y necesidades de la sociedad en que están inmersas ni de los retos
del nuevo contexto mundial. Este concepto ha evolucionado hacia una concepción
amplia y a su estrecha vinculación con la calidad, la equidad y la
responsabilidad social. Y es que la Universidad es una institución cuyo
referente es la sociedad y no únicamente el mercado.
Es evidente la
interdependencia que existe entre pertinencia y calidad, al punto que podemos
afirmar que la una presupone a la otra, como las dos caras de una misma moneda. En los procesos de evaluación institucional,
la valoración de la calidad y de la pertinencia social debería recibir la misma
atención, lo que no ha sido así hasta ahora, por el predominio de la
preocupación por la calidad. Los esfuerzos por la pertinencia no han sido tan
significativos como los empeños por la calidad.
La evaluación
de la educación superior comprende la evaluación de los productos de cada
proceso y de los procesos mismos y no se limita al juicio, como algunos
pretenden, sobre el diseño y la organización curricular, los métodos
pedagógicos, ni a la constatación de si son o no suficientes los recursos
disponibles. Debe ir más lejos, pues un currículo universitario
refleja, o debería reflejar, la concepción que se tiene frente al ser humano,
la sociedad y el conocimiento. La
calidad debe, entonces, evaluarse teniendo como referente el grado de
cumplimiento de la Misión de la Universidad, tal como ella misma la ha
definido.
Corresponde
también tener presente la advertencia del educador mexicano Pablo Latapí: “la
calidad educativa no debe confundirse con el éxito en el mundo laboral,
definido este por referencia a los valores del sistema”. La referencia para
medir el éxito deben ser los valores profesados por la Universidad, su misión y
su compromiso ético. La acreditación no puede limitarse al cumplimiento de una
calidad sin patria. La calidad necesita hundir sus raíces en su contexto. Amén
de los parámetros internacionales de calidad basados en las buenas prácticas,
la calidad debe también valorarse en relación con la realidad en que los
programas están inmersos. De esta manera, la
pertinencia social deviene en la patria de la calidad. Las evaluaciones
deben sustentarse en un concepto de calidad construido socialmente. Los
procesos de evaluación deben adaptarse a cada institución, pues cada
institución es única, tiene su propia historia y una manera muy suya de
entender y construir su misión.
Por su
carácter multidimensional, en la calidad educativa intervienen varios factores.
Sin embargo, cada vez más se acepta que la calidad de un sistema educativo
tiene como techo la calidad de los docentes y de los estudiantes. Incluso, hay
quienes afirman que en el futuro la calidad de los estudiantes será el factor
decisivo para apreciar la calidad de una Universidad. Otro factor que adquiere
nueva relevancia es la calidad del ámbito educativo y del llamado “paisaje
pedagógico”.
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