En última
instancia, una Universidad es el currículo que en ella se imparte y los
aprendizajes que deberá construir, en su estructura cognitiva, el estudiante
que lo transita. Es en el currículo donde las tendencias innovadoras deben
encontrar su mejor expresión. Nada
refleja mejor la filosofía educativa, los métodos y estilos de trabajo de una
institución que el currículo que ofrece.
Del
tradicional concepto que identifica el currículo con una simple lista de
materias y que, desafortunadamente, aún prevalece en muchas de nuestras
instituciones, se ha evolucionado a su concepción sistemática y a su
consideración como componente clave del proceso educativo y su elemento
cualitativo por excelencia. De esta manera, la elaboración de un currículo
implica, necesariamente, una auténtica investigación socio-educativa.
Un currículo
tradicional suele ir acompañado de métodos de enseñanza destinados a la simple
transmisión del conocimiento, con predominio de cátedras expositivas que
estimulan la actitud pasiva del alumno; énfasis en el conocimiento teórico y la
acumulación de información. De ahí que toda verdadera reforma académica tiene,
en última instancia, que traducirse en un rediseño del currículo, único medio
de lograr el cambio propuesto.
El currículo
se asume así como el conjunto de las experiencias de aprendizaje que se ofrecen
al alumno. Este concepto incluye todas
las actividades que tienen una finalidad formativa, aun las que antes solían
considerarse como “extracurriculares”.
Al mismo tiempo, se ha pasado, de los currículos rígidos, comunes para todos los estudiantes, a
currículos sumamente flexibles que permiten tener en cuenta las características
particulares de los alumnos. La tendencia apunta hacia una creciente
individualización y contextualización del currículo.
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