Universidad Latina De Panamá

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miércoles, 1 de febrero de 2017

LA INTERNACIONALIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR

La internacionalización de la educación superior es muy antigua, por cuanto la apasionante historia de las universidades nos muestra que estas nacieron para servir a estudiantes provenientes de las diferentes “naciones” de la Edad Media europea. 

Es, a la vez, muy moderna, por cuanto la emergencia de un conocimiento sin fronteras conlleva nuevos desafíos para la educación superior. La “Declaración Mundial sobre la Educación Superior para el Siglo XXI” (1998), destacó la internacionalización de la educación superior como un componente clave de su pertinencia en la sociedad actual subrayando que se requiere, al mismo tiempo, más internacionalización y más contextualización.

La internacionalización de la educación contribuye a generar un mayor entendimiento entre las culturas y las naciones, al mismo tiempo que pone las bases para lo que más hace falta en la globalización actual: la solidaridad humana y el respeto a la diversidad cultural. La internacionalización de la educación superior es también una contribución a la superación de la crisis epistemológica que vive la educación en la actualidad, que es solicitada, simultáneamente, por los requerimientos tradicionales de la sociedad nacional y los nuevos desafíos provenientes de la sociedad global. Y es que la globalización, paradójicamente, promueve procesos de homogeneización cultural y, a la vez engendra, como resistencia, regionalismos y hasta “tribalismos” exacerbados.


El Segundo Encuentro de la Red Iberoamericana de Universidades (UNIVERSIA) (Guadalajara, México, 2010), proclamó que “la movilidad y la internacionalización forman así parte de las esencias, los desafíos y los propósitos más decisivos para la Universidad del futuro”. Además, el Encuentro abogó por establecer un “Carnet Universitario Iberoamericano”, que permita el uso de los servicios en todo el espacio iberoamericano universitario. También se pronunció por constituir “una verdadera comunidad virtual universitaria iberoamericana”.


La especialista canadiense Jane Knight, señala que “la internacionalización es un sustrato fundamental para la transformación de la educación superior.  Es, sin duda, una educación para formar ciudadanos del mundo, en un planeta cada vez más interconectado, pero, al mismo tiempo, coadyuvar en el fortalecimiento de las identidades culturales”. Hay entonces una primera tensión, la cual debe manejarse desde lo internacional, lo local, nacional y regional con una mirada global, ya que la internacionalización no implica, en modo alguno, pérdida de raíces o de identidades en los diferentes niveles de la sociedad.

No cabe confundir internacionalización con transnacionalización de la educación superior. Esta última conlleva su transformación en un servicio sujeto a las reglas del mercado, con predominio de los intereses de las empresas educativas transnacionales. Mientras en la internacionalización se propugna por una cooperación internacional solidaria, con énfasis en la cooperación horizontal, basada en el diálogo intercultural y respetuosa de la idiosincracia e identidad de los países participantes, así como por el diseño de redes interuniversitarias y de espacios académicos ampliados, en la transnacionalización se trata de facilitar el establecimiento en nuestros países de filiales de universidades extranjeras, de promover una cooperación dominada por criterios asistenciales, y de estimular la venta de franquicias académicas. Incluye la creación de universidades corporativas, auspiciadas por las grandes empresas transnacionales, y las universidades virtuales, controladas por universidades y empresas de los países más desarrollados.  Este nuevo panorama universitario comienza a configurarse en nuestros países y ha hecho surgir voces de alerta por el riesgo que representan para nuestra soberanía educativa e identidad nacional.

Los conceptos claves para resguardar, en un mundo globalizado y de mercados abiertos y competitivos, la autonomía, la libertad de cátedras y los principios esenciales que caracterizan el quehacer universitario, tal como hasta ahora lo hemos conocido, es el criterio proclamado por la Declaración Mundial sobre la Educación Superior (París, 1998), que nítidamente define la educación superior como “un bien público” y el conocimiento generado por ella como “un bien social al servicio de la humanidad”. Este concepto lo ratificó la Declaración del 2009, al asumir la educación superior como “un bien público social”.

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