La
internacionalización de la educación superior es muy antigua, por cuanto la
apasionante historia de las universidades nos muestra que estas nacieron para
servir a estudiantes provenientes de las diferentes “naciones” de la Edad Media
europea.
Es, a la vez, muy moderna, por
cuanto la emergencia de un conocimiento sin fronteras conlleva nuevos desafíos
para la educación superior. La “Declaración Mundial sobre la Educación Superior
para el Siglo XXI” (1998), destacó la internacionalización de la educación
superior como un componente clave de su pertinencia en la sociedad actual
subrayando que se requiere, al mismo tiempo, más internacionalización y más
contextualización.
La internacionalización de la educación contribuye a generar
un mayor entendimiento entre las culturas y las naciones, al mismo tiempo que
pone las bases para lo que más hace falta en la globalización actual: la
solidaridad humana y el respeto a la diversidad cultural. La
internacionalización de la educación superior es también una contribución a la
superación de la crisis epistemológica que vive la educación en la actualidad,
que es solicitada, simultáneamente, por los requerimientos tradicionales de la
sociedad nacional y los nuevos desafíos provenientes de la sociedad global. Y
es que la globalización, paradójicamente, promueve procesos de homogeneización
cultural y, a la vez engendra, como resistencia, regionalismos y hasta
“tribalismos” exacerbados.
El Segundo
Encuentro de la Red Iberoamericana de Universidades (UNIVERSIA) (Guadalajara,
México, 2010), proclamó que “la movilidad y la internacionalización forman así
parte de las esencias, los desafíos y los propósitos más decisivos para la
Universidad del futuro”. Además, el Encuentro abogó por establecer un “Carnet
Universitario Iberoamericano”, que permita el uso de los servicios en todo el
espacio iberoamericano universitario. También se pronunció por constituir “una
verdadera comunidad virtual universitaria iberoamericana”.
La
especialista canadiense Jane Knight, señala que “la internacionalización es un
sustrato fundamental para la transformación de la educación superior. Es, sin duda, una educación para formar
ciudadanos del mundo, en un planeta cada vez más interconectado, pero, al mismo
tiempo, coadyuvar en el fortalecimiento de las identidades culturales”. Hay
entonces una primera tensión, la cual debe manejarse desde lo internacional, lo
local, nacional y regional con una mirada global, ya que la
internacionalización no implica, en modo alguno, pérdida de raíces o de
identidades en los diferentes niveles de la sociedad.
No cabe
confundir internacionalización con transnacionalización de la educación
superior. Esta última conlleva su transformación en un servicio sujeto a las
reglas del mercado, con predominio de los intereses de las empresas educativas
transnacionales. Mientras en la internacionalización se propugna por una
cooperación internacional solidaria, con énfasis en la cooperación horizontal,
basada en el diálogo intercultural y respetuosa de la idiosincracia e identidad
de los países participantes, así como por el diseño de redes
interuniversitarias y de espacios académicos ampliados, en la
transnacionalización se trata de facilitar el establecimiento en nuestros
países de filiales de universidades extranjeras, de promover una cooperación dominada
por criterios asistenciales, y de estimular la venta de franquicias académicas.
Incluye la creación de universidades corporativas, auspiciadas por las grandes
empresas transnacionales, y las universidades virtuales, controladas por
universidades y empresas de los países más desarrollados. Este nuevo panorama universitario comienza a
configurarse en nuestros países y ha hecho surgir voces de alerta por el riesgo
que representan para nuestra soberanía educativa e identidad nacional.
Los conceptos
claves para resguardar, en un mundo globalizado y de mercados abiertos y
competitivos, la autonomía, la libertad de cátedras y los principios esenciales
que caracterizan el quehacer universitario, tal como hasta ahora lo hemos
conocido, es el criterio proclamado por la Declaración Mundial sobre la
Educación Superior (París, 1998), que nítidamente define la educación superior
como “un bien público” y el conocimiento generado por ella como “un bien social
al servicio de la humanidad”. Este concepto lo ratificó la Declaración del
2009, al asumir la educación superior como “un bien público social”.
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